CUANDO LAS MANOS SABEN DE VER Y DE HABLAR... un regalo para toda la vida.
Tendría unos 9 años cuando entré una tarde a
la cocina de mi abuela paterna, me sorprendió verla con los ojos cerrados y con
las manos dentro de la espuma, estaba acariciando los platos del almuerzo, o
por lo menos fue eso lo que creí.
Casi de inmediato se percató de mi presencia,
dejándome con las ganas de haberla "atrapado” a su edad, -tendría ya unos
80 y algo- disfrutando de lo que supuse era un juego.
Abrió los ojos y
me miró como sólo ella sabía hacerlo. Ese día supe que podía leerme como a un
libro abierto: "No, no estoy jugando, estoy sintiendo la limpieza." -Observó
sonriente mi cara de desconcierto y continuó-
"Sucede que, cuando los años pasan y la vida te quita cosas, casi
siempre es la visión lo primero que se lleva y por mucho que me esfuerce, ya no
hay lentes que me ayuden a ver esos pequeños residuos que se quedan pegados a
los platos y cazuelas; por eso los lavo y los vuelvo a sumergir en la espuma y
el agua, cierro los ojos y por el tacto me aseguro de que han quedado totalmente
limpios”.
Sacó sus manos del fregadero y volviéndose
hacia donde yo estaba, continuó:
“Me gustaría que comiences a fregar, pero con
tus manos bien atentas, ven y cierra los ojos para que cuando llegues a mi
edad, esta labor te sea fácil".
Se quitó el delantal y me lo ajustó alrededor
de la cintura, parándose detrás de mí, sus suaves y hábiles manos dirigieron las
mías para que se sumergieran juntas en busca del próximo plato...
Una vez terminada la faena, me las secó y con
mucha delicadeza les aplicó crema humectante, diciéndome: "Con las manos
hija mía, no sólo puedes llegar a ver, también en su momento podrás decir
muchas cosas, por ejemplo, ahora te estoy diciendo que ¡te quiero mucho!"
Aun siento aquella sensación…
Comprobé con el tiempo cuánta razón tenía…
La vista ha comenzado a mermar y aquellas
lecciones ya las he puesto en práctica...
Además, he tenido más de una oportunidad para
hablar con las manos y ¡siempre supe que “decir”!
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